Massa-Rossi no es el último escalón al triunfo, es sólo una fotografía de la carrera más larga del siglo. Si el peronismo todavía conserva en su esencia popular aquello que John William Cooke definió como «el hecho maldito del país burgués», significa que en la definición de su fórmula, y de su programa de gobierno, se condensan las expectativas sobre el destino del país y de sus habitantes en el futuro próximo.
Un país herido en su línea de flotación por la salvaje deuda externa contraída por el gobierno de Cambiemos, y la gestión de un presidente que, como hizo Alberto Fernández, vaciló entre cumplir el contrato electoral que lo dotaba de legitimidad, o acordar con el círculo rojo de poder, preanunciaban este desenlace.
Algunos reclamarán por izquierda que «no es lo esperado». Otros celebrarán la inteligente rosca, descolocando a una derecha que anticipa su revancha con anuncios de ajuste y represión, pero en el instante fugaz del anuncio, la desorientación de los propios puede ser comprendida, más no consentida.
«La construcción de la vida está dominada por los hechos y no por las convicciones», dijo Ricardo Piglia. Si es por buscar hitos premonitorios bastarían tres o cuatro citas de Cristina para entrever una decisión que podrá no ser excelente, pero que pone al movimiento nacional y popular nuevamente en carrera electoral.
Cuando la vicepresidenta apelaba a la laboriosidad de «Sergio», respecto de los esfuerzos para que la sangría del FMI no recayera sobre los ingresos y el trabajo argentinos, cuando alertaba sobre la inviabilidad de un modelo en el que el desarrollo capitalista «se lo apropian cuatro vivos», y —sobre todo— cuando recordaba que, a diferencia de los rebaños libertarios y de derecha, la militancia democrática tiene, en su mochila de ciudadanía, un bastón de mariscal para incidir en el rumbo del proceso, parecía señalar un eje al que las urgencias de la coyuntura hacían olvidar.
De atrás para adelante digamos que:
-La organización y movilización popular, como asignatura pendiente, tenía mucho para decir, pero poco para ofrecer, ante los tiempos perentorios del cierre de las definiciones.
-Las expectativas ciudadanas están puestas en garantizar estabilidad con crecimiento y mejor distribución.
-Y que, la coalición de esfuerzos, junto con la coincidencia de objetivos inmediatos y mediatos (renegociar las condiciones del acuerdo con el FMI, por ejemplo), entre los sectores kirchneristas y el massismo, tenía el potencial de confluir con las necesidades de la mayoría, así como de sumar a los sindicatos, los gobernadores, y los sectores económicos vinculados a la producción y el consumo interno.
La crónica de estas horas reunirá, seguramente, todo tipo de datos y versiones, la fórmula que no prosperó tenía dos limitaciones básicas: pretendía unir una expresión «ganadora» del interior, con la coherencia kirchnerista más adepta, pero no terminaba de incluir al conjunto de lo que debe ser el movimiento nacional. Incluso si desde lo afectivo uno tendiera a abrazar los postulados de Grabois, tiene por sobre todo, el deber de abarcar la complejidad y de construir las condiciones de posibilidad para un triunfo popular, que resulta hoy más lejano y dificultoso que hace cuatro años, durante los cuales compartimos responsabilidades.
Unión x la Patria es la identidad que asume hoy las demandas y esperanzas del pueblo, su fórmula es Massa-Rossi, el programa es la unidad en proceso de consolidación, y la organización y la movilización para la soberanía popular.
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(*El autor es profesor en Historia)