El problema era el afuera. Algunos gobiernos reclamaban explicaciones y medios de comunicación importantes (principalmente europeos y estadounidenses) hablaban de las desapariciones y los centros de torturas. Videla y compañía temían que la propagación de los rasgos más horrorosos del terrorismo de Estado cerraran el acceso a financiamiento y mercados. Pero, sobre todo, los preocupaba el riesgo de que las noticias que circulaban en el exterior generaran un boicot contra el Mundial, arruinando la convocatoria futbolística planetaria, que la dictadura veía como una oportunidad irrepetible para su afianzamiento interno y para lavar la imagen internacional.
xUna vela encendida en la plaza 25 de Mayo, en memoria de Cecilia Strzyzowski, luego de la marcha del miércoles 14 (foto Fabián Maldonado)Fue en aquel contexto que el latiguillo de la «campaña antiargentina» comenzó a brotar copiosamente de la boca de los jerarcas militares y sus voceros. El mensaje era simple: fuera del país se decían cosas horribles que eran absolutamente falsas. Eran «oscuros intereses» que buscaban hacer daño a un proceso que había traído calma y progreso a la Nación.
LA VERDAD SIN VERDAD
En sincronización con la estrategia oficial, una de las revistas de mayor tirada de aquellos tiempos, Para Ti, comenzó a incluir en sus ediciones unas tarjetas plastificadas que los lectores podían desprender y enviar por correo. Eran imágenes de niños jugando al aire libre, adultos mayores rodeados de palomas en una plaza, gente común sonriendo en las calles. Sobre esas fotografías, un encabezado rotundo: «Argentina, toda la verdad». Debajo, un texto que negaba que en el país estuvieran ocurriendo las atrocidades que se decían fuera y que aseguraba que aquí se vivía una encomiable normalidad.
Para completar el servicio, en una página aparte se brindaba una serie de direcciones postales de posibles destinatarios: gobiernos extranjeros, medios, organizaciones no gubernamentales. Uno de los destinos sugeridos, por ejemplo, era la oficina de Patricia Derian, subsecretaria de Derechos Humanos de los Estados Unidos bajo la presidencia de Jimmy Carter, quien denunciaba intensamente lo que ocurría en Argentina. Cualquiera tenía así la posibilidad de escribirle «a todas aquellas personas y organismos que organizan la campaña antiargentina en el exterior», según decía la invitación de Para Ti a su público. «Esta es su oportunidad de mostrar al mundo la realidad de un país que vive y crece en paz», agregaba.
Millones de personas creyeron firmemente que todo lo que se decía sobre el régimen era un ataque orquestado por «la sinarquía internacional», otro latiguillo de la propaganda oficial. A la par, en autos y ventanas hogareñas iba apareciendo una calcomanía que hizo historia. Un fondo celeste y blanco para una frase que jugaba con las palabras y quedaría resonando en la memoria colectiva: «Los argentinos somos derechos y humanos».
HÁBITO EN REVERSA
Lo que vino después es más conocido. Argentina ganó el Mundial y Videla levantó los pulgares. La parte más gruesa del genocidio político se había consumado y el frente interno parecía controlado. Pero la crisis económica (en toda la dictadura la inflación anual nunca estuvo por debajo de los tres dígitos) fue animando al reclamo social, y llegando a 1980 el cerrojo informativo empezó a mostrar fisuras. Algunas experiencias periodísticas épicas, como la de la revista Humor, se animaron a hablar de lo prohibido. La Guerra de Malvinas, en el ’82, terminó de derribar el ocultamiento.
Por su origen, es extraño que ya en democracia nunca falte la tentación de repetir aquella estrategia castrense y convertir las miradas críticas que llegan desde afuera en «campañas anti». Y aunque hay una distancia inmensa entre aquel tiempo de dictadura y el Estado de Derecho recuperado en 1983, es sugestivo que perdure la actitud defensiva -y a veces directamente hostil- contra la observación de aquellos que están parados en puntos de vista externos. Sucede, sobre todo, en provincias que todavía viven con un pie en el siglo veintiuno y otro en el veinte (y algunos dedos en el diecinueve). Territorios de culturas democráticas precarizadas, muy marcadas por los caudillismos y por la idea de que gobernar debe ser, básicamente, un acto de dominación.
En momentos en que el Chaco era gobernado por el radicalismo, se habló de una «campaña de desprestigio de la provincia» cuando los medios nacionales difundieron imágenes lacerantes de personas sumidas en la más profunda desnutrición. Niños y adultos a los que se les podían contar las costillas. Eran los años posteriores al estallido de 2001 y Resistencia era -como sigue siendo hoy- la capital más pobre del país. La gestión de la UCR demonizó esas coberturas periodísticas, e instruyó a sus comunicadores todo terreno para que las descalificaran. «No saben nada del Chaco», «solo muestran lo malo», «exageran todo», recitaban.
EL CASO CECILIA
Casi veinte años después, la historia se repite en gran medida. Esta vez el desembarco de los medios con llegada nacional fue incentivado por la desaparición de Cecilia Strzyzowski, un hecho de detalles macabros y protagonistas monstruosos que construyeron su asombrosa expansión patrimonial y su sensación de impunidad recostados en el poder político. ¿Cuántos asuntos que hoy parecen recién descubiertos -y que dan lugar a cesantías, intervenciones y requerimientos- eran verdaderamente desconocidos y cuántos venían siendo consentidos?
Nos guste o no a las instituciones y a los medios provinciales, es seguro que la sensación de la madre y otros seres queridos de Cecilia de que únicamente la continuidad de una mirada ajena a las estructuras locales brinda alguna garantía de que se hará justicia no es casual. Por usar otra frase maldita de nuestra historia reciente: algo habremos hecho. No es justo para quienes desde la política, los tribunales o la prensa intentan aquí hacer lo suyo con honestidad, pero esa impresión de los familiares de la víctima no es una postura descolgada de su entorno, sino una percepción arraigada en la sociedad. Las valoraciones colectivas, en eso, no pierden tiempo en los detalles: se fijan en los resultados. Como lo expresa el precepto bíblico, también en estas cuestiones son los frutos los que hablan de las cualidades del árbol. Entonces, la pregunta es: ¿Qué clase de árbol hemos sido las autoridades, las organizaciones de la comunidad, los medios, los sacerdotes, todos los referentes sociales, para que sucediera lo que sucedió?
LOS ROMANTIZADORES
En vez de una introspección, la acción militante de los que siempre estarán dispuestos a decir todo lo contrario de lo que dijeron antes, entrenados en el arte de acomodar sus convicciones a las necesidades coyunturales de sus jefes, esta vez apunta a sostener que los periodistas llegados desde Buenos Aires lo distorsionan todo. Es cierto que hay vicios (la inclinación a la espectacularidad, la presión constante que sobre la selección de contenidos ejerce la medición de audiencias en tiempo real), pero no nos confundamos: esa gente no descalifica a la prensa visitante por sus falencias, sino por sus aciertos. Para ellos, objetividad es que medios públicos y privados hayan omitido los nombres de Emerenciano Sena y de Marcela Acuña de las noticias sobre el caso, aun días después de que fueran arrestados, mencionándolos vagamente como «dos adultos detenidos».
La violencia en Jujuy los regresó repentinamente a las redes, donde habían estado dos semanas repartiendo silencio o cortinas de humo. Tienen claro que llegó el momento de callar, de distraer, de eliminar fotos viejas y no tanto, y de ver en qué lugar pegan la calco.