xEn su más reciente contribución a la degradación de la condición humana, ciertos cultores vernáculos del liberalismo económico, furibundos aduladores del orden social del capital, nos están anunciando que la absoluta mercantilización de las relaciones sociales que propugnan ha llegado, por fin, a su última y más íntima culminación: la conversión de los órganos humanos en una mercancía más, de esas que cotizan en el vértigo implacable de la rentabilidad comercial.
Es así como nos enteramos que los endiosados «mecanismos del mercado» —cual deidad que pareciera alimentarse de dolarización, condicionalidades financieras, acatamiento dogmático y «miseria planificada»—, han terminado de engendrar un ser a la exacta medida de sus intereses; un ser que les pertenece, ya, desde las mismas vísceras de su conformación anatómica.
La «libertad» que vociferan para ello, al no hallarse concebida como una cualidad innata e inherente a la dignidad humana sino como mera abstracción subordinada a la primacía y preexistencia del «mercado», termina de consumar sus efectos prácticos sobre la realidad como «libertad de morirse de hambre», o como compra-venta de órganos humanos según criterios mercantiles; e inclusive, como posibilidad futura de «debatir la venta de niños». Por esa vía, la genérica inconsistencia de una «libertad» así planteada, no hace más que transmutarse en su exacto opuesto; y sólo puede servir para convalidar las más ignominiosas opresiones.
xTiempo atrás, hubo pensadores que se encargaron de advertir acerca de la profunda inhumanidad a que nos conduce un mundo moldeado bajo los rigores del capital y su cruda «libertad de mercado». La lectura de estos autores nos permite inferir que allí donde ha asentado sus reales el dominio irrestricto del liberalismo económico, los lazos sociales han sido «desgarrados sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frio interés, el cruel ‘pago al contado’». Proposición a la que añadieran estas otras consecuencias para la vida comunitaria: han «ahogado el sagrado éxtasis y el fervor religioso, el ardor caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta»; «han hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio».
Y finalmente, en otro fragmento que también posee directa connotación actual, el pasaje en trato concluye con una disyunción donde lucen contrapuestas dos nociones disímiles de libertad, que se muestran antagónicas y divergentes; ya que la lógica interna de una ordenación social de esas características: «ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio…».
Desde su cetro encantado y dominante, el fetiche dinerario pareciera no contentarse con extraer «productividad de los cuerpos y obediencia de las conciencias», sino que, al impulso de su irrefrenable prepotencia material, no se detiene hasta venir a apropiarse, también, de los tejidos orgánicos de la corporeidad humana; entes que, así, pasan a adoptar la forma de un producto mercantil. Una mercancía más, que comparte con las otras que resplandecen en las modernas catedrales del consumo, su cualidad de «objeto susceptible de apreciación pecuniaria», expuesto a la compra-venta; a ser intercambiado por un precio en dinero regido por las leyes de la oferta y la demanda. (Proceso que me hace acordar a la cita de George Orwell que da inicio la Primera Parte de «La Doctrina del Shock», de Naomi Klein: «Os exprimiremos hasta la saciedad, y luego os llenaremos con nuestra propia esencia»).
En tales condiciones de vida, los «mecanismos del mercado» dejan de ser un fenómeno más de los que tienen lugar en el exterior de la experiencia humana, para pasar a ser interiorizados, internalizados, «haciéndose carne» cual componentes congénitos de nuestra misma existencia. Consumado este pasaje, será sumamente difícil para una conciencia que se piense a sí misma como orgánicamente imbricada a una esencia mercantil (y que racionalmente asume esa contextura como perteneciente a «la naturaleza de las cosas»), dedicarse a explorar alternativas capaces de salirse de semejante aplanamiento y completa cosificación del mundo. (Podría decirse que lo que acontece, allí, es algo así como una especie de reconversión antropológica).
Si bien es cierto que al observar el panorama internacional este tipo de propuestas se avizoran como un desvarío previsible, no deja de sorprender que a esta altura de la travesía humana nos hallemos discutiendo una agenda que nos remonta a lo más oscuro de la barbarie de épocas que suponíamos superadas.
Resulta curioso, por último, que a tal nivel de degradación, de burda cosificación y mercantilización de la naturaleza humana; en fin, de sumisión congénita y definitiva del ser de nuestra especie bajo el imperio omnímodo de la Tiranía del Mercado, se le siga llamando «libertad».
(*El autor es abogado – DNI 17.595.784)