x No existe un modelo de gobierno neofascista que en nombre de la «libertad» proponga justicia y democracia. La libertad que postulan es la del mercado, la de las grandes corporaciones para concentrar riquezas y generar desigualdad.
Por eso su modelo es Pinochet. Por eso es que Milei, y también Juntos por el Cambio, cuestionan al Estado, porque es el recurso con que cuentan las mayorías para generar igualdad de oportunidades y para equilibrar el poder de las grandes empresas extranjeras y de las corporaciones.
Son propuestas viejas y fracasadas que retornan siempre en momentos de crisis, y que con el maquillaje de la prensa amiga pintan de «novedades».
Ahora Milei ataca a la escuela pública, no para señalar sus deudas y proponer soluciones junto a la comunidad educativa, sino para «dinamitar todo», o en su defecto «semi dinamitar», como apoyo a Macri ante sus colegas empresarios en Llao Llao.
Milei dice que la educación no es un derecho, y que no quiere que sea obligatoria, ni la primaria, ni la secundaria.
Entonces, como una gran idea extraída del manual de recetas fracasadas en el mundo, habla de entregar vouchers, para que quienes quieran estudiar elijan si ir a una escuela pública o una privada.
Era previsible que, quien habla de «comprar y vender órganos», o de libre portación de armas, pretendiera resolver una cuestión esencial de toda comunidad —como es la educación de niños, niñas, y jóvenes— produciendo un desmadre inaudito que termina en más fragmentación social y en menos derechos y posibilidades.
Durante los años 90 esta fórmula de los voucher se pretendió aplicar en nuestro país a través de la ley federal, la lúcida resistencia de la comunidad educativa advirtió entonces que ese sistema se aplicaba en Chile desde la dictadura de Pinochet, y que sus resultados eran escandalosos.
Las inmensas movilizaciones de estudiantes y docentes del país trasandino para democratizar su educación nos eximen de comentarios.
La Argentina atraviesa una indudable crisis que habilita el crecimiento de estos fantasmas reaccionarios, sus arengas sin fundamento no expresan soluciones, vienen a justificar una sociedad desigual, en la que la riqueza del trabajo colectivo siga concentrada en pocas manos.
Hasta ahora la ciudadanía puede, y está en su derecho, reclamar al gobierno por su vacilación al encarar la búsqueda de salidas a los graves problemas que atravesamos, pero en caso de ceder a los exabruptos de estas expresiones políticas y sus consignas de retroceso, la responsabilidad será colectiva.